Cuando llegué a aquel lugar sentí que mi cuerpo estaba más frío de lo que siempre había estado.
Bajé del coche, eran más o menos las once de la noche, levanté mi mirada hacia la luna, estaba mas grande que nunca, iluminaba mi pálido rostro y el de mi conductor, que estaba callado desde que pasamos por el ultimo puente, el parecía más afectado que yo, a veces sentía que la luna me hablaba desde sus mas profundas entrañas , me producía un temor, un temor incomparable.
Salio la directora, su nombre era Casandra, su cara demostraba un carácter fuerte, una persona intachable y muy recta en su profesión, a su salida, los perros ladraron, pero al sentir su olor, se callaron. Se sintió un profundo silencio, hasta que una voz aguda dijo:
-Bienvenido al internado Rois De La Cour. Dijo la directora.
Sentí un nudo en la garganta, algo que aprisionaba mis cuerdas vocales y no permitía que me saliera la voz. Casi forzado dije:
-Gracias.
Sentía que mi garganta se helaba, era una noche fría de octubre.
Entramos, se sentía un frío mas intenso que el que hacia fuera. Sus pasillos eran largos, casi interminables.
Casandra se detuvo y dijo:
-Esta es tu habitación Max.
Entre, era agradable, desde mi punto de vista, era el lugar perfecto para llevar a cabo mis propósitos, me instale. Me despedí de Giovanni, mi cochero, el se dio vuelta y la directora se incorporó, los dos salieron de mi habitación, y de nuevo quedé solo como yo siempre lo había sentido.
Me acerque a la ventana, la lluvia azotaba las piedras con inclemencia, sentí que se iba a romper el ventanal y encendí la lámpara de aceite que había en mi mesa. Era mi cumpleaños, le eche un vistazo a mi reloj, eran las once y cincuenta y ocho, solo dos minutos para que comenzara mi rutina. Los techos de la edificación bajo el granizo, y el eco de los truenos recorrían los pasillos adyacentes a mi habitación.
De un momento a otro el agua, el viento y los truenos quedaron suspendidos, y reino el silencio.
Ya es hora, lo sabia, lo sentía en mi interior, esa sensación que recorre mi cuerpo, quema mis venas, despierta mi monstruo interior, el que nunca saciaría mi sed de sangre, ese que despertaba en mi interior todos los días, quería controlarme, pero esa noche, esa noche, era anormal, una noche para llevar a cabo el crimen perfecto, así que:
“Porque no hacerlo”.
Esta era mi parte favorita, en la que salía mi monstruo me dominaba y me hacia sentir mas fuerte, ese personaje, listo e intrépido, no descuidaba ningún detalle, ese era el. Y ahora iba a ser yo, que placer ahí estaba, mis ojos estaban mas rojos que nunca, tal vez ellos también tienen apetito por ver sangre, mis uñas, espera, ya no son uñas son garras, con las que podría hacer los cortes mas precisos, de los que podría hacer un bisturí, mi cara, tenia ese deseo, de matar, ver sangre, una terrible muerte o quizás dos.
Salí de mi habitación, sigilosamente, como lo hace un buen asesino. Claro, yo apenas estaba comenzando a descubrir mi pasión oculta. Los pasillos esta vez se hicieron cortos. Sabia que no debía hacer ruido pero como controlarme, quería devorar lo primero que viera, al final del pasillo finamente tallado en mármol, había una puerta, su color no lo distinguía, la abrí y entre, las tablas rechinaban, eran viejas, la atmosfera era fría, oscura, poco a poco empecé a sentir esa respiración, era inconsistente y poco profunda, era como de una niña, pero en ese internado, por Dios en que estaba pensando, me acerque a la cama, era una muchacha, tenia como diecisiete años, no era una niña eso estaba mas que claro, me detuve por un momento, la mire fijamente, estaba pálida, como si no hubiera comido en días, su cabello era castaño claro, estaba fría, mas fría que mi oscura alma…